José A. Corraliza. Universidad Autónoma de Madrid
Silvia Collado. Universidad de Zaragoza
Uno de los mayores retos actuales reside en hacer frente a los graves problemas ambientales que atenazan el presente y el futuro de la vida en la Tierra (Evans, 2019). La propia denominación de “problemas ambientales” engloba una amplia categoría de síntomas de alteraciones, pero oculta el hecho de que tales síntomas no son producto de la dinámica autónoma de la naturaleza (Cook et al., 2013). Hace más de cuarenta años, Maloney y Ward (1973, p. 583) reclamaron la intervención del psicólogo frente a los problemas ambientales aduciendo que, en efecto, la crisis ecológica puede ser descrita como consecuencia de “conductas adaptativas inadecuadas”. Con posterioridad, Stern (2000, p. 524), recogiendo datos de estudios realizados desde la década de los años setenta, concluye que el 47,2% de las emisiones que afectan al cambio climático está relacionado con decisiones que las personas adoptan en su vida cotidiana (gasto energético residencial, consumo, transporte, etc.). Por eso, puede decirse que los problemas ambientales tienen su origen en los modos de vida, la organización social y el comportamiento humano, y no surgen como consecuencia de meras evoluciones cíclicas de la naturaleza. Los problemas ambientales en general, y el cambio climático en particular, constituyen un buen ejemplo de la máxima, defendida desde hace tiempo por la Psicología Ambiental, según la cual no existe una solución meramente técnica a la crisis ecológica actual, y las estrategias de intervención frente a los retos ambientales requieren promover cambios en las actitudes y comportamientos ecológicos personales y colectivos (Huertas y Corraliza, 2017). Esto explica el interés del estudio de los procesos de formación y cambio de la conciencia ecológica incluyendo creencias, actitudes, intenciones y comportamientos efectivos. En este sentido, cobra una relevancia crucial la formación de la conciencia ecológica en la infancia, teniendo en cuenta la importancia que los aprendizajes infantiles tienen en el desempeño futuro de las personas (Evans, Otto, y Kaiser, 2018). El presente artículo realiza un breve recorrido por las últimas investigaciones sobre la proambientalidad infantil, enfatizando los hallazgos con muestras españolas.
Resulta extraordinariamente relevante el estudio del origen y los procesos de formación de las actitudes ambientales y de comportamiento ambiental de los niños y niñas (Hahn y Garrett, 2017). Diversos autores han destacado la importancia que la experiencia ambiental infantil tiene en la formación de las actitudes ambientales y el estilo de vida en la etapa adulta (Chawla y Derr, 2012; Evans et al., 2018; Hinds y Sparks, 2009). En ocasiones, se piensa que la conciencia ecológica se conforma a partir fundamentalmente del conocimiento y la información que la persona tiene sobre los problemas ambientales y las dinámicas de la naturaleza. Por esta razón, tanto las estrategias de intervención frente a los problemas ambientales como los programas de educación ambiental para promover una mayor conciencia ecológica se han basado, fundamentalmente, en la difusión de información sobre las cuestiones ambientales (Rickinson, 2001). Tales estrategias se han centrado en la difusión de información y en diseñar recursos para promover un mayor conocimiento ambiental de la población con el fin de aumentar las actitudes proambientales y el comportamiento ecológicamente responsable. En este sentido, se ha confirmado que, en efecto, el nivel de conocimiento de las personas influye en la adopción o no de comportamientos proambientales (Duerden, y Witt, 2010). Sin embargo, hay que tener en cuenta que la adopción de patrones de comportamiento proambiental es un proceso en el que influyen una gran cantidad de variables (actitudes, oportunidades de acción, hábitos, experiencias previas, modelos de referencia, etc.). El nivel de conocimiento ambiental es sólo una variable más (y no está claro que sea la más relevante) en el proceso de formación de la conciencia ecológica y la adopción de patrones de comportamiento y estilos de vida proambientales. Uno de los factores que juega un papel relevante en la formación de la conciencia ecológica es la experiencia ambiental durante la infancia a través del contacto directo o vicario con la naturaleza.
Una de las líneas de trabajo para el estudio del proceso de formación de la conciencia ecológica se ha centrado en analizar muestras de personas que, en su etapa adulta, participan activamente en la defensa y protección del medio ambiente (Chawla y Derr, 2012). Se trata de solicitar a estos participantes que informen de las experiencias vividas que les han influido para implicarse en actividades proambientales. En el ámbito de la educación ambiental, este tipo de trabajos se enmarcan en el análisis de lo que Chawla (1999) denomina “experiencias significativas de la vida” (significant life experience). Siguiendo la recopilación de este tipo de trabajos realizada en una aportación anterior (Collado y Corraliza, 2016), se destaca el valor que tienen las experiencias tempranas de contacto directo o vicario con el medio natural en la formación de la conciencia ecológica. Así, por ejemplo, Chawla (1999) estudió una muestra de 56 personas que en su etapa adulta dedican gran parte de su tiempo a la defensa ambiental. Según los datos obtenidos en este estudio retrospectivo, hay dos razones que los participantes aducen con más frecuencia: En primer lugar, el recuerdo de experiencias positivas de estancias en espacios naturales o naturalizados durante la infancia, y, en segundo lugar, el recuerdo de la influencia de personas que actuaron como inductores del valor del compromiso ambiental (especialmente, familiares o profesores). Junto a estas experiencias tempranas, se añaden otras razones como formar parte de grupos de tiempo libre en la naturaleza o el aprendizaje en algunas materias ambientales a través de la educación formal. Igualmente, Palmer, Suggate, Robottom, y Hart (1999) analizan la valoración retrospectiva de experiencias ambientales tempranas de una muestra de adultos. En este caso, también se preguntó a los participantes sobre las razones que, según ellos, les llevaron a la adopción de compromisos proambientales. Una vez más, se constata el valor de las experiencias infantiles de estancia y contacto directo con entornos naturales, así como el recuerdo vívido de lugares naturales o seres vivos que los habitan (un animal o un árbol, por ejemplo). En consonancia con los resultados de Chawla y Derr (2012), los participantes del estudio señalan razones adicionales vinculadas a su proceso de formación o experiencia profesional, así como a personas del entorno próximo (amigos, familiares, profesores). Otros estudios han comparado las experiencias infantiles de personas con diferentes perfiles de conciencia ecológica (vinculadas y no vinculadas especialmente a la defensa ambiental) en muestras de población general. Por ejemplo, Wells y Lekies (2006) recogieron datos de una muestra de 2.004 adultos sobre sus creencias y comportamientos ambientales actuales, sobre sus experiencias pasadas de contacto con la naturaleza y su recuerdo de haber participado (o no) en programas de educación ambiental antes de los 11 años. Este estudio concluye que existe una relación entre la adopción de patrones de actitudes proambientales en la etapa adulta y el recuerdo de haber tenido experiencias infantiles frecuentes de actividades de relación con la naturaleza, incluyendo actividades recreativas en entornos naturales, acampadas y excursiones. Sin embargo, no se obtiene una correlación significativa entre haber participado en programas de educación ambiental y las actitudes ambientales posteriores. Los análisis presentados en este trabajo permiten confirmar que las actitudes ambientales en la etapa adulta tienen un efecto mediador en la relación entre las experiencias infantiles con la naturaleza y el comportamiento proambiental adulto, incluyendo comportamientos como el reciclaje frecuente o votar a partidos por su defensa del medio ambiente, entre otros. Del mismo modo, Ewert, Place y Sibthorp (2005) examinaron si existe relación entre actividades recreativas al aire libre en edades tempranas y las creencias ambientales posteriores de estos niños cuando son adultos. Para ello, estos autores utilizaron la Escala Nuevo Paradigma Ecológico (NEP) de Dunlap, van Liere, Mertig y Jones (2000), que les permitió clasificar una muestra de 576 estudiantes en dos grupos de personas con creencias ecocéntricas y antropocéntricas. Junto a esta variable, se registró la frecuencia de realización de actividades recreativas en la naturaleza, que podían ser de tres tipos: (1) Actividades de apreciación, tales como la observación de aves o disfrutar del paisaje. Este tipo de actividades tiene poco impacto en el medio ambiente. (2) Actividades mecanizadas, que implican el uso de dispositivos tecnológicos en la naturaleza, como los vehículos todo terreno y (3) las actividades recreativas de consumo, cuando se saca algo del medio ambiente (por ejemplo, la pesca o la caza). Aparte de estos, también se registró la participación en la educación ambiental formal, las experiencias negativas en la naturaleza como ver la destrucción de una zona natural cercana debido al desarrollo y la participación en organizaciones que lleven a cabo actividades al aire libre (p.ej., boy scouts). Sus resultados mostraron que las experiencias positivas de observación de la naturaleza predicen significativamente las creencias ecocéntricas, mientras que la participación en otras actividades de extracción o uso de recursos naturales se relaciona con creencias antropocéntricas. Además, se constató que la formación de una conciencia ecológica en la etapa adulta se ve afectada por la influencia de actores sociales que forman parte de la vida cotidiana del niño (los padres, los profesores, miembros del grupo de iguales, etc.). Pero también son relevantes los aspectos vinculados a la propia experiencia ambiental personal, destacando la influencia del contacto frecuente con la naturaleza. Tal y como indican estos autores, “el juego directo en el medio natural induce a desarrollar una visión más proambiental” (Ewert et al., 2005, p. 234). En consonancia con estos resultados, Thompson, Aspinall y Montarzino (2008) destacan el factor infancia” (Childhood factor) para referirse al carácter significativo que las experiencias infantiles de contacto con la naturaleza tienen en la conformación de la conciencia ecológica en la edad adulta. Igualmente, otras aportaciones como la realizada por Cheng y Monroe (2012), a partir de un estudio con muestras infantiles de 9 y 10 años, demuestran que las experiencias en la naturaleza predicen un mayor interés por participar en otras actividades en entornos naturales, así como una mayor intención de adoptar comportamientos proambientales. Finalmente, debe mencionarse el estudio realizado por Roczen, Duvier, Bogner y Kaiser (2012) con una muestra de niños y niñas de educación primaria en Baviera (Alemania) que confirma que tener experiencias gratificantes de contacto con la naturaleza es un potente mediador en la génesis de actitudes proambientales. En conjunto, estos estudios muestran, a pesar de los sesgos derivados de que muchos de ellos se basan en el recuerdo retrospectivo de experiencias pasadas, la influencia prevalente de la experiencia ambiental en la infancia (en particular, del contacto con la naturaleza) en la formación de actitudes proambientales y ecocéntricas, por encima de la influencia que pueda tener otros recursos y estrategias basados en el incremento del conocimiento o las campañas de promoción de ideas ambientales. Estos resultados han quedado recientemente respaldados por los hallazgos de Evans et al. (2018) en un trabajo longitudinal. Los investigadores recogieron datos de, entre otras variables, la conciencia ecológica infantil, el comportamiento pro-ambiental y el contacto directo con el medio natural en niños de 6 años. Los mismos datos fueron recogidos cada dos años hasta que los participantes cumplieron los 18 años. Los resultados muestran que el predictor más fuerte de la conducta pro-ecológica a los 18 años son las experiencias ambientales en la naturaleza a la edad de 6 años.
El propósito central de este trabajo es mostrar la importancia que las experiencias en la infancia tienen en la conformación de la conciencia ecológica. Una de las derivadas de este argumento es que no es suficiente con realizar programas de intervención basados en la difusión de información y conocimiento ambiental. Se hace necesario también promover experiencias significativas que actúen como elementos motivadores para desarrollar y mantener los niveles de conciencia ecológica registrados en estos estudios. Dentro de estas experiencias significativas destaca el valor de las experiencias de contacto con la estimulación que proporciona la naturaleza. En este sentido, se hace necesario evaluar el papel que el contacto con la naturaleza (y no sólo el aprendizaje y el conocimiento) tiene en a formación de la conciencia ecológica. De hecho, evidencias empíricas registradas de la evolución de la conciencia ecológica de niños y niñas participantes en cuatro campamentos de verano (urbanos y en la naturaleza, y con y sin programas formales de educación ambiental), muestran que la estancia en escenarios naturales aumenta las actitudes proambientales y la intención de adoptar comportamiento ecológicamente más responsables (Collado, Staats, y Corraliza, 2013). Sin embargo, el hecho de que haya o no un programa formal de educación ambiental en el campamento no produce cambios en la conciencia ecológica de los participantes. Este tipo de datos, registrados con instrumentos de evaluación disponibles para su uso con población española (NEP y CEPS), muestran la necesidad de definir programas y recursos para recuperar en la infancia el contacto con escenarios naturales o naturalizados. De lo expuesto en este trabajo se deduce la pertinencia de, al menos, tres propuestas de evaluación e intervención psicológica, especialmente en los niveles de enseñanza primaria y secundaria. La primera de ellas, hace referencia a la necesidad de evaluar la agenda infantil de vida diaria y su relación con la salud infantil, teniendo en cuenta los beneficiosos efectos que, tanto para el bienestar psicológico como para el desarrollo moral y la formación de la conciencia ecológica, tiene el contacto directo con la estimulación natural. En segundo lugar, se hace necesario formular propuestas sobre la naturalización del curriculum escolar, especialmente en los ámbitos de la enseñanza primaria y secundaria, en línea con intuiciones formuladas hace más de cien años por tradiciones educativas como la Institución Libre de Enseñanza en España. Y, finalmente, desde los equipos de atención psicológica se hace necesario evaluar la calidad de los escenarios de vida cotidiana (espacios públicos, parques, patios escolares de recreo, entre otros), y la necesidad de naturalizar estos escenarios en los que la presencia de referentes de naturaleza no es un mero adorno, sino un recurso para hacer frente a las sobredemandas y experiencias estresantes que, en muchas ocasiones, caracteriza la vida infantil cotidiana.